Atravesado por la quebrada La Castro, el barrio Unión de Cristo tiene un trazado sinuoso, cubierto de casas que se han ido construyendo sobre las peñas. Los olores de la quebrada evidencian que los desechos llevan mucho tiempo vertiéndose sobre ella y que también es práctica común arrojarle basuras. Los callejones se conforman por escalones que van subiendo la pendiente característica de la comuna 8, y por extensos corredores que ofrecen la panorámica de Medellín. Al interior del barrio no hay espacios abiertos, pero cuenta con grandes canchas y una casa cultural aledaña que, sin embargo, no parecen más atractivos que la quebrada como espacio de juego para los niños. Es un barrio con poco movimiento de día, pero en donde se intuye la vitalidad nocturna del baile y la fiesta; que suena a “bulla” según algunos habitantes, aunque otros tantos reconocen el rumor de la quebrada.
Uno de los nombres que recibe el barrio es “El Chocosito”, debido a la procedencia de gran parte de sus habitantes del Chocó. La riqueza de la cultura afro se mantiene en el sector como un subtexto: las especies de plantas sembradas en la quebrada, el mural de una discoteca que evoca el baile y los instrumentos musicales depositados en la Junta de Acción Comunal. Alguna vez contó con grupos conformados de baile tradicional, y es el sueño de algunos de los habitantes generar un nuevo grupo de baile contemporáneo. El arraigo, que sigue estando en sus lugares de origen no ha posibilitado actualmente nuevos lazos comunitarios en el barrio. Las calles permanecen solas de día, y los adultos se muestran poco dispuestos a reunirse en torno a las necesidades comunes.
Cada habitante de Unión de Cristo carga consigo la memoria de sus lugares de procedencia. Es el caso de los niños venezolanos que son los primeros dispuestos a compartir con nosotros sus perspectivas del barrio; como algunos niños provenientes de otros municipios de Antioquia que nos relatan la leyenda del “Tigre de Amalfi” o el recuerdo de las costas de Urabá, o como algunos adultos que se han esforzado por conservar una muestra de su tierra natal para ejemplo de las siguientes generaciones que nacerán en Medellín. Es el caso de Artemio Córdoba, un líder del territorio perteneciente a la Junta de Acción Comunal que sueña con que los demás habitantes del barrio recuerden su tradición:
“A continuación tenemos esta otra planta que le dicen “el primitivo” (esos son nombres tradicionales de los indígenas) que nosotros le decimos “el bocadito”. Es una planta que la hemos tenido aquí, muchos no saben quién es la planta pero ahora que esté produciendo van a ver el producto.
-Ese bocadito es el que acá conocemos como el murrapo.
-Eso. Dice el compañero que el nombre es “el baby”. De todas maneras, ahí vamos conociendo los productos que van desarrollando en la quebrada La Castro.”
(Conversación con Artemio Córdoba, 2019).
La ausencia de grupos organizados y de un interés de la comunidad por juntarse en torno a las problemáticas del barrio o incluso los puntos en común evidencia la necesidad apremiante de fortalecer un tejido social desde el arraigo antes de la realización de procesos comunitarios. Ante ello, itinerar en el barrio es la forma de reconocer a los individuos que había allí: una primera puerta para reconocerlos, para ser conocidos y para que se empiecen a ver a sí mismos como pertenecientes a un nuevo territorio. El ejercicio del retrato como interlocución con el otro permitió que algunas personas del sector reconocieran los detalles, los matices del otro. Un primer paso para generar vínculos.