Somos Tierra.
“El ser humano, en las diversas culturas y fases históricas, reveló una intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra. De ahí que hombre venga de humus. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está frente a nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al estadio de sentimiento, de comprensión, de voluntad, de responsabilidad y de veneración. En una palabra: somos la Tierra en su momento de auto-realización y de autoconsciencia.” Leonardo Boff
“Somos tierra, porque así vengamos de distintos territorios todos hacemos pate de un mismo universo” Fueron las palabras de bienvenida a la Finca por parte de don Rubén Vélez.
El día 23 de septiembre de 2019 se realizó un intercambio de experiencias con algunos de los asentamientos en los que hace presencia el Museo de Antioquia con el proyecto Memorias del Agua. Esta actividad se desarrolló en la finca Camino a la Montaña, de la vereda La Florida, de San Antonio de Prado. Asistieron personas de las comunidades de La Cruz, La Aguada, María Cano-Carambolas, Bello Oriente, La Honda, La Iguaná, La Gabriela, El Vergel, de Medellín. Además de Los Gómez, La María y El Pedregal, de Itagüí. Los participantes fueron casi en total, entre personas de la comunidad, Museo de Antioquia y EPM.
El párrafo anterior, frío, se diría que, mecánico, ignora en gran medida la importancia de aquel encuentro. Ese día abrió con una dinámica simbólica cargda de sentido para todos, fue la posibilidad de que personas de diferentes edades, de distintos municipios de origen de Antioquia y Chocó, muchos de ellos víctimas de desplazamiento forzado, se miraran a los ojos en un rato de esparcimiento y aprendizaje. Cada territorio se presentó con su tierra en la palabra y en la mano, al llegar a la finca, dispusieron cada uno de ellos un pedacito de su tierra para contarle a los demás que “estamos ahí”. (Insterar foto e los frasquitos)
Cada territorio por medio de su portavoz contó quienes lo acompañaron y además de eso llevaron algo para compartir, algunos llevaron semillas de cilantro y maíz, otros llevaron piecitos de plantas; otros llevaron alimentos, como cacao, plantas aromáticas e incluso llevaron saberes para compartir.
La frase “intercambio de experiencias” no puede pasarse por alto. La palabra intercambio, denota “un cambio reciproco”. Por su parte, la palabra experiencia se definió por primera vez en nuestro idioma en 1732. En ese entonces, se definió como “Conocimiento y noticia de las cosas, adquirida por el uso y práctica de ellas”. Es decir, el aprendizaje de las cosas, de la vida. En esas cosas de la vida es imprescindible hablar de los retos, de las luchas, de las renuncias que históricamente cada uno ha tenido que vivir por causas históricas del país, pero también se habla de las nuevas ganancias, de las intangibles, de la amistad, de los vecinos, de las posibilidades que les brinda el territorio para volverse afincar a la vida.
Ese “Cambio reciproco” y “conocimiento adquirido”, se dio con un grupo de personas trabajadoras y resilientes, todos ellos con dos cosas en común: el amor por la tierra y, en gran medida, la esperanza. Pudimos intercambiar un saludo, una anécdota, una sonrisa, un saber. Oportunidades como esta se dan pocas veces. La oportunidad de tener reunidas tantas personas con una historia y manera de comprender el mundo tan singular. Todos juntos, reunidos al calor de una aguapanela hecha en leña. Todos, escuchando y conversando.
Tuvimos la oportunidad de conocer a don Rubén Vélez y doña Luz Dary Gómez, una pareja que hace 10 años le apostó todo a la agricultura orgánica como manera de vivir y sentir la tierra. Estuvimos en su finca. Aprendimos sobre el abono bocachi y los microorganismos de montaña; saberes que se pueden replicar entre los asentamientos claro está, aplicando las respectivas domesticaciones que cada territorio deba hacer sobre estos aprendizajes con relación a las características de sus territorios. Por ejemplo, dentro de los territorios participantes nos encontramos con los diferentes contrastes que significa habitar el Valle de Aburrá; ya que habían territorios como La Gabriela que es altamente rural, y territorios como La Iguaná donde el problema por la tierra es una condición de habitar el espacio.
Aparte de las conversaciones que se generaron, esporádicas y dirigidas por el equipo Memorias del Agua, caminamos por la reserva Limona-Manguala acompañados por Juan Pablo Franco un joven hijo de la montaña quien la comprende, la estudia y comparte su pasión por ella juntos con sus dos perros que disfrutaron cada tramo del paisaje enseñándonos a los que visitamos por primera vez, cómo es que se sube la montaña, honrándola, respirando, con emoción, con respeto, con el infinito asombro que nos produce el bosque. Mientras caminábamos estuvimos escuchando las historias propias de las especies nativas que se encuentran; por ejemplo, conversamos sobre el Olivo de Cera, una especie nativa con una gran historia, por contar parte de ella imaginemos que en 1780, Francisco Silvestre, gobernador de Antioquia relató que con el olivo de cera se podría generar una industria próspera para el departamento, esa especie, siglos después sigue allí, silenciosa, morando en los bosques de la formación del Romeral.
Caminamos por senderos que antaño arrieros y naturalistas como Otto Fuhrmann y Eugené Mayor anduvieron. Llegamos a la casita escuela encantada, un espacio circular que invita al encuentro. En este, sucedió lo que naturalmente pasa cuando la combinación de asombro y ganas produce en la gente, sobre todo porque comenzó a caer una suave brisa que hacía más fresca la experiencia, apenas cabíamos en la “maloka” y comenzó a suceder la palabra, poemas, cantos, chistes, cuentos empezaron a sonar a la vieja usanza de manera espontánea, entreteniendo y tejiendo la memoria de ese día en todos los presentes.
Para hacernos a la idea a continuación un poema compartido por Eduardo Galeano
del asentamiento La Gabriela.
Cantan las aves a saludar el día
descubiertas de una alcoba en el hermoso final
mi madre se levanta también con alegría
para traer las flores que lleva al altar
mi padre a rajar leña para empezar la marcha
del rancho hasta el arado de aquel cañaduzal,
detrás llevando allí en el hombro
el azadón y el hacha para limpiar malezas que hay en el lugar,
detrás siguen los hijos limpiando las lagañas
con los calzones rotos hasta sin remendar
entonces con la bestia para traer la caña
para sacar guarapo para desayunar,
que lindos esos tiempos ahora si se extrañan
cuando se trabajaba no se buscaba paz,
allí ninguno sube y a nadie se le engaña,
tan solo del trabajo se lucra y nada más.
Esta experiencia en la finca agroecológica es necesaria para darnos cuenta que los saberes debemos transmitirlos de generación en generación, que es vital avivar y mantener en la memoria de las comunidades las formas propias de la tierra que nos dan la posibilidad de pensar presentes y futuros posibles, sostenibles, hermanados entre líderes y lideresas que se ocupan del bienestar propio y de sus comunidades.
Los espacios de encuentro y reconocimiento entre las comunidades son necesarios a todo nivel en el marco de proyectos que busquen el bienestar común, desde un espacio de construcción con el otro, en el que las condiciones diversas tanto de los territorios como de los lideres, no son un impedimento para participar, por el contrario, una de las conclusiones de ese día en palabras de don Luis ángel García.
Escrito por Juan Pablo Franco Y Lorena Zapata.