Diversa, activa en exceso y constantemente visitada por habitantes de otros sectores de Medellín, la “Malla” se caracteriza por ser el lugar que en su mayoría está compuestos por lavaderos. Uno de estos lavautos es “Pepe”, quien administrado por Mildrey, se dedica única y exclusivamente a asear los buses de transporte interurbanos de la empresa Flota Magdalena.
Este territorio se reconoce fácilmente por dos particularidades: una por ser una línea recta que pareciese nunca terminar pues su vecino es nada más que la pista de despegue del aeropuerto Olaya Herrera —de allí su forma recta— y segundo, porque podría decirse que el frente de cada hogar sirve como espacio de lavado. Adicional, se reconoce porque a medida que se avanza en un vehículo, se ven ondear “dulces abrigos” de los alistadores que intenta convencer a los conductores para acceder a los servicios de las unidades de negocio.
Con estas dinámicas la Malla resalta, pero en espacial, por la amabilidad de las personas y especialmente la de Mildrey, una mujer joven quien halló junto con su familia extensa la posibilidad de generar recursos económicos a través de las mangueras y el jabón.
Cuando se habla de un lavadero, lo primero que generalmente se viene a la mente es un conjunto de hombres que se dedican al oficio de asear vehículos, bajo el sol y con grasa impregnada en cada una de las extremidades del cuerpo. Aunque pudiese ser así, en este caso sucede todo lo contrario: Mildrey, madre de 2 hijos y con tan solo 35 años, es quien administra “Pepe”.
Risueña y servicial, narra que uno de sus mayores sueños es viajar en moto por todo el mundo al lado de su esposo. Por supuesto, el ver crecer a sus hijos y el verlos materializar sus propios deseos hace parte de sus convicciones, pero no deja de lado la posibilidad de recorrer ilimitados países y para ello, se ha comenzado a preparar.
“La idea es poder irnos cuando nuestros muchachos terminen sus estudios, pero aún falta. Lo importantes es que ya comenzamos a trabajar por nuestro sueño, hemos comenzado a apoyar a nuestros hijos con la educación”, puntualiza ella cuando agrega también que su primer viaje será al Ecuador por la ruta del Sol.
La comunidad para el lavadero “Pepe” es básicamente su familia: esposa, esposo, suegra, cuñado, cuñada y hermanos. Todo este grupo de personas componen una unidad de negocio que comenzó como una estrategia para hacerle un alto al desempleo. En palabras de la misma administradora, son un equipo de trabajo unido, responsable y respetuoso. Deben de serlo, pues esta es una fuente de ingresos considerable para toda la familia.
En cuanto a sus vecinos, la comunidad de la Malla es en general agradable. Salvo algunas excepciones, la convivencia es llana y tranquila. Podría resultar caótico el imaginar que, por las cercanías con el aeropuerto, el sonido que generan el motor de los aviones interrumpe sin piedad la paz de los hogares, pero ante esta duda, Mildrey opina que “uno termina por acostumbrarse”, naturalmente.
La intervención creativa que se tuvo diseñada para este lugar, fue algo particular: no solo se intervino la fachada del lavadero, también la de doña Astrid, la vecina. ¿El motivo? Ambas casas comparten la misma fachada y adicional, mientras en “Pepe” se organizan los vehículos, donde Astrid desayunan, pues tienen en su vivienda una pequeña tienda.
“Lo más bonito de Memorias, ha sido la posibilidad de organizar este lugar. Ya era necesario y no teníamos la posibilidad de cómo hacer”, expresa Astrid. A lo que se refirió ella, fue al proceso de adecuación de la pintura y del diseño de muebles en madera para la estadía de los conductores de los carros, además de la organización simétrica del lugar para la instalación de dichas bancas.
“Es una lástima que no hallamos estado con ustedes desde un principio, porque de verdad se ven las cosas buenas que hacen”, piensa Mildrey mientras sonríe al aceptar la propuesta de intervención ya descrita.