Este lavautos se encuentra ubicado específicamente en la calle 101D # 83-03, en la centralidad del barrio Picacho, en el sector denominado popularmente como La Y (en ese punto, la vía se divide en forma de ye). Geográficamente está asentado en la base del cerro El Picacho; este posicionamiento ofrece una vista panorámica de Medellín, pero también se divisan los vecinos corregimientos de San Félix y San Pedro.
La comunidad asentada en las cercanías al Picacho está compuesta por personas de bajos recursos que se han ido instalando de forma informal, pero han construido una relación simbiótica con la naturaleza que se descuelga de las montañas y a la vez han establecido sus mercados, almacenes y restaurantes alrededor de las angostas calles del sector. Es importante resaltar la presencia de muchos árboles nativos como la ceiba rosada (ceiba speciosa), cañafístulas (cassia fístula) y carboneros (calliandra medellinensis).
El propietario del lavautos La Y es Darío Arroyabe y actualmente cuenta con un alistador, llamado José, de procedencia venezolana. Este lavautos funciona en la vía principal del barrio, sin embargo, no se presentan conflictos con la movilidad en el sector. Se percibe un aire de colaboración entre los comerciantes y la vecindad. Desde el principio de las actividades pedagógicas de Memorias del Agua, las personas cercanas al lavautos manifestaron el deseo de transformar el espacio del lavautos pintando la pared.
Las labores de administración están designadas en Óscar, el hermano menor de don Dairo, y es quien vela por la unidad de negocio en términos financieros y de recursos humanos. Esto permite que no haya una relación de verticalidad entre los integrantes del lavautos sino que haya una distribución de las labores de una manera que don Dairo se sienta reconocido en su oficio y que Oscar, quien además es conductor de taxi, pueda realizar sus otros oficios de manera más tranquila y depositando la confianza que su hermano menor necesita.
Don Darío, o mejor don Dairo (como le conocen en el barrio y así mismo en Memorias del Agua) es una persona que ha tenido a lo largo de su historia múltiples experiencias relacionadas con la habitanza en calle, estas memorias se han convertido en una narrativa de resiliencia y don Dairo siempre está dispuesto a compartir su historia de vida como ejemplo de superación personal. Don Darío sabe hacer “marañas” en los carros y tallar en madera, este oficio lo adquirió pagando una condena en la cárcel y nos cuenta que esa era, en aquel entonces, su única forma de libertad.
Don Dairo es conocido en todo el barrio por niños, niñas y adultos: primero, por la ubicación central de su lavautos y segundo, por su particular personalidad magnética. Siempre parece estar de afán, pero a la vez está acompañado del lento caminar de Bruno, su gran amigo canino, quien pacientemente le ha acompañado por los momentos más importantes de su vida desde hace 18 años. Alguna vez don Dairo estuvo casado y tiene dos hijos que son, además de Bruno, la razón de seguir trabajando y superando los tropiezos de la vida.
Una de las decisiones importantes que tuvimos que tomar en el proceso pedagógico y artístico de Memorias del Agua fue encontrar un referente identitario o relacionado con la memoria del sector, con la intención de realizar un mural en la larga pared que queda justo al lado del lavautos La Y, y que es, por decirlo alguna manera, el “portón” para ingresar a la parte alta del barrio Picacho.
Buscando en la historia de vida de don Dairo y que plasmamos en una actividad pedagógica llamada “la espiral del tiempo”, nos percatamos de la importancia de Bruno en la narrativa de vida de don Dairo. En una de nuestras conversaciones nos dijo: “Bruno fue mi fuerza para salir de las calles”. Su cotidianidad cambió cuando conoció al cachorro Bruno, lo llevó hasta su casa y todos los días encontró una excusa para volver a casa: alimentar a su nuevo amigo y rebuscarse el sustento mutuo.
Con el colectivo creativo Deúniti logramos representar esa fuerza animal, pero a la vez protectora y emancipadora, a través de un mural que da la bienvenida a todo aquel que llega al barrio. Reconocido por todos los habitantes del sector, niños y niñas se acercaron a admirar a ese Bruno gigante, que parece incluso más pequeño que el real. Este trabajo colectivo logró visibilizar la historia de vida de un personaje andariego y obnubilado por los avatares del destino: pero fue su amigo Bruno, enviado por la fortuna, la que impidió que don Dairo callera al abismo de la soledad.